La otra cara del Inktober: "Perdía horas de sueño cada día y no podía tener vida social"

La semana que viene comienza Inktober, por lo que miles de ilustradores de todo el mundo están viviendo en estos días una especie de ansiedad vacacional. Como los nervios ante un nuevo trabajo, la vuelta al colegio, los cinco minutos anteriores a una primera cita o la noche previa a la final de la Champions League.

Nervios en el estómago, la mano echando fuego y las pupilas tatuadas con el cartel conceptual de la edición del 2018. Hablamos con Ivart y Fortunillo, asiduos a Inktober, para que nos expliquen si esto es lo que siente un ilustrador ante el reto que supone realizar un dibujo diario y exponerlo en la red cada maldito día del mes de octubre.

Una exposición digital y de alcance mundial

Venenoso. Tranquilo. Asado. Hechizo. Pollo. Baba. Agotado. Siete palabras que pueden no suponer nada para ti, pero que se han convertido en los trending topic personales de miles de ilustradores. Y con estos conceptos arrancará Inktober 2018 en su primera semana. Luego llegarán "estrella", "precioso" o "fluido", pero eso ya es agobio a dos semanas vista. Dejemos a los participantes con un estrés progresivo.

“Ese mes todo el mundo está pendiente del reto. La gente está buscando constantemente el hashtag, ya sea para buscar inspiración, para ver qué hace el resto de gente o para descubrir nuevos artistas que no conocías”.

Nuestro ilustrador Ivart habla del escaparate que supone un reto artístico diario que se encierra en un único hashtag. Una manera de sumar seguidores, exponer tu obra y dar a conocer tu estilo. Al final, Inktober es una exposición pero a lo bestia: dura todo un mes y las redes sociales pueden conseguir que te conviertas en la última sensación en, yo qué sé, Asia.

Pero nada es gratuito. Inktober exige una constancia que va más allá del trabajo artístico que representa. Aunque siempre te pueden caer nuevos seguidores a través del comentado hashtag de la edición, el creador está obligado a un doble esfuerzo: el reto en sí y el uso tenaz de las rrss. Por ejemplo, Fortunillo no ha tenido una subida "notoria" porque reconoce "no usar mucho Instagram ni Youtube".

El dibujo tradicional pasado por el filtro digital

“Lo bonito del Inktober es que es algo tan simple como papel y tinta. Y ya está. Yo soy fiel a las normas originales, respeto que cada uno haga lo que quiera, pero si sólo es tinta, lo hago a tinta”.

Aunque las técnicas pueden ser variadas, ilustradores como Fortunillo prefieren abrazar las pocas y laxas normas que estableció Jake Parker en los orígenes del reto e intentar no perder la esencia que representan el papel y la tinta: "Todo el trabajo está hecho sobre lo tradicional". Aunque el proceso te lleve a una inevitable digitalización para la posterior publicación.

El mismo proceso es el que utiliza Ivart. Tirando de tinta y acuarela, el ilustrador nos presenta el verdadero gran reto que supone Inktober. Primo hermano de la constancia y común denominador con cualquier deporte de resistencia: el ritmo.

"Normalmente hago dos o tres dibujos en un día y los dejo preparados para colorearlos al día siguiente de una sola vez. Así, en un par de días días ya me he quitado esas dos o tres ilustraciones y puedo ir siguiendo un ritmo".

El estrés que esconde Inktober

En su génesis, Jake Parker ideó Inktober con el objetivo de mejorar sus habilidades como dibujante. Un leit motiv de cualquier ilustrador que no quiera anclarse en su zona de confort. Pero el creador no contaba con el poder de las redes sociales, las cuales convirtieron el challenge en un iron man del dibujo. La competitividad intrínseca en el ser humano como especie hizo el resto.

"El Inktober llega a saturar. Y mucho. Dibujar treinta y un días seguidos cuesta. Y aún más si tienes un estilo muy detallado".

Fortunillo, muy dado a impregnar delicadeza y mimo a sus personajes, se aplica un nivel de estrés no deseado que puede llegar a derivar en una disminución de la calidad de la obra: "A mí me encanta dar detalle y si eso lo haces treinta y un días consecutivos, en el último lo que te queda es un churro en comparación con el primero".

En las bases de Inktober, Jake Parker incluyó un consejo que parece difícil de sortear hoy en día: “Puedes hacerlo todos los días o tomar la ruta del medio maratón y publicar cada dos días, o simplemente hacer el 5K y publicar una vez por semana". Una analogía con el atletismo que los ilustradores se tomaron también como si fueran atletas, pero decantándose por el maratón.

Cumplir el reto de Inktober supone 31 dibujos distintos, 31 conceptos y 31 ideas. Pero también infinidad de horas, esfuerzo incontable, bloqueos creativos (esos no se publican en las redes sociales ni tienen un hashtag para celebrarlos) y una vida fuera del challenge que parece tener que aparcarse durante el mes de octubre.

"Me lo tomaba como un trabajo muy estresante en el que no podía fallar. Perdía horas de sueño cada día y no podía tener vida social porque perdía tiempo para el propio Inktober".

Ivart no se esconde y narra así lo que ha llegado a suponer el reto en algunas ediciones. Porque al final, y esto es tan humano y común como llorar con el final de 'La La Land', si aceptas un reto es para cumplirlo y exigirte lo máximo. El principio moral con el que Parker quiso arropar Intkober es idílico, pero también ingenuo. Como dice Ivart, "cada año el reto es más conocido y cada año la gente se lo curra muchísimo más". Un círculo vicioso de creatividad, tinta y ansiedad.

Una espiral algo tóxica que provocó en Fortunillo una saturación que no ayudó a su creatividad y su descanso mental en la edición del 2017: "Lo hacía ya un poco con el piloto automático puesto y hay muchos dibujos del final que odio mucho y que los subía sólo para poder cumplir con la fecha. Muchos de esos días dormí mal, la verdad".

La llegada de otoño suele asociarse a la nostalgia, la tristeza y la depresión. Si octubre ya nos carga demasiado la mochila emocional, intenta tomarte Inktober como en su día lo concibió su creador: una manera de mejorar tu arte.

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